Solo queda aquel sueño viejo e inocente. Aquel sueño que todo cambió, que ayudó al destino a decidir el camino de cada uno. Te transforma, te convierte en lo que tú decides sin importarle nada más que tú, tú y tú. El destino no es justo, no. Los que se han conformado con el suyo es porque son lo suficientemente felices. El destino no piensa en ti, ni en los demás, le gusta jugar. Bien, pues juguemos. Juguemos a imaginar por un momento que somos nuestro propio destino y que tenemos que dirigir nuestra vida en la dirección que creamos correcta. Muchos saldrán corriendo ante la duda, otros no sabrían responder, serían cobardes a la hora de la verdad. Este juego solo tiene una regla: El primer valiente que dirija su propio destino, tiene derecho a soñar.